lunes, 22 de julio de 2013

Acto vergonzoso.

Y a lo largo del camino, me dije nunca más, y aquí estoy otra vez, en la misma situación, queriendo apagar el mundo, para unirme a mis sueños, donde las lágrimas no existen, donde el amor va mucho más allá, que "cuadrarse" con alguien, donde aún, una pequeña niña sueña no con encontrar al hombre perfecto, sino con aquel que sepa captar su mirada, que entienda su lenguaje de gestos, aquel que si le dan a escoger, la elija a ella sobre todas las cosas, y vea en ella la luz para la oscuridad que el mundo nos presenta, de nuevo tenía que empezar de nuevo y dejar ese mundo ilusorio partir.

Y de a poco recuerdo por qué hice esa fortaleza, el por qué de ese muro que creé entre los seres humanos y yo, el amor es cruel y despiadado, la humanidad está expuesta a la tragedia y a la enfermedad llamada amor, somos victimas, adictas a esa droga poderosa, te carcome desde adentro, haciéndonos perder en las relaciones, cambiando nuestra manera de ser solo buscando la aceptación de aquel a quien se ama, y así de a pocos te pierdes en un abismo, en caída libre, y sientes que vuelas, y abres tus brazos tal como si fueran alas, aleteando tu esperanza en el intento de volar, pero aun sabiendo que no lo lograrás, lo intentas y caes, y es ahí donde te das cuenta que no vale la pena esforzarte tanto en una relación a sabiendas que la otra persona no verá lo que tu intentaste hacerle ver. Por eso, simplemente por eso, yo me había cerrado a amar, había construido mi propio mundo, donde yo ya no saliera lastimada, pero tristemente soy mortal, una más en el sistema, una caída más en la telaraña de la vida.

miércoles, 17 de julio de 2013

La niña lista

Dos hermanos marchaban juntos por el mismo camino. Uno de ellos era pobre y montaba una yegua; el otro, que era rico, iba montado sobre un caballo.

Se pararon para pasar la noche en una posada y dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico despertó a su hermano, diciéndole: 

-Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro. 

El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido exclamó:

-Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.

El rico le repuso: 

-Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su lado y no debajo de mi carro. 

Así discutieron largo tiempo y al fin se dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa. 

Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas: 

-¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido? 

-¿Qué es lo más gordo y nutritivo? 

-¿Qué es lo más blando y suave? 

-¿Qué es lo más agradable?

Y les dio tres días de plazo para acertar las respuestas, añadiendo: 

-El cuarto día vengan a darme la contestación.

miércoles, 10 de julio de 2013

Dejar a Matilde

Un amigo mío camionero ha escrito en el cristal del parabrisas: “Mujeres y motores, alegrías y dolores”. No digo yo que no tenga sus buenas razones para decir que los dolores y las alegrías que le procuran las mujeres tengan más o menos el mismo peso en la balanza de su vida. Digo que, al menos por lo que se refiere a Matilde y a mí, esa balanza andaba muy desequilibrada: por un lado, muy alto, el platillo de las alegrías; por el otro, muy bajo, el platazo de los dolores. De modo que, al final, tras un año de noviazgo de puras peleas, incumplimientos de palabra, bribonadas y traiciones, decidí dejarla a la primera oportunidad.
La oportunidad llegó pronto, una noche que la había citado en la plaza Campitelli, cerca de su casa: Esa noche Matilde, simplemente, no vino. Advertí entonces, tras una horita de espera, que sentía más alivio que disgusto, y comprendí que había llegado el momento de la separación. Incierto entre un dolor amargo y una satisfacción agraz, medio contento y medio desesperado, me fui a casa y me acosté en seguida. Pero antes de apagar la luz me santigüé, solemne, y dije en voz alta:

-Esta vez se acabó, vaya si se acabó.

Este juramento hay que decir que me calmó, porque dormí de corrido nueve horas y sólo me desperté por la mañana cuando mamá vino a avisarme que preguntaban por mí al teléfono.

Fui al teléfono, al apartamento de enfrente, de una modista amiga. De inmediato, la vocecita dulce de Matilde:

-¿Cómo estás?

-Estoy bien -contesté, duro.

-Perdóname por anoche..., pero no pude, de verdad.

-No importa -le dije-, así que adiós... Nos veremos mañana... Te diré una cosa...

-¿Qué cosa?

-Una importante.

-¿Una cosa buena?

-Según... Para mí sí.

-¿Y para mí?

Dije tras un momento de reflexión:

-Claro, también para ti.

lunes, 8 de julio de 2013

Aún sueño despierta...

Una sola nube es suficiente para crear un castillo, un solo suspiro para soñar una vida entera, me basta tan solo una mirada para disfrutar de todas las maravillas del mundo, solo eso me basta, pero con el corazón a punto de estallar, siento que no hay motivos, ni razones, que no hay manera alguna de ver ese castillo hecho realidad, de vivir esa vida tan anhelada, de disfrutar todo aquello que nos rodea, perdida estoy entre tantos pensamientos, entre tantos sueños. Con la necesidad de cumplirlos, pues sino la rutina caerá sobre mi mente, y así me dejaré llevar por la corriente el resto de mi vida, y cuando ya hayan pasado los años, voltearé a mirar el pasado, y con la vergüenza en mi garganta, lloraré, sufriré y renegaré por haber dejado perder la niña soñadora de mi interior, por haberle cortado las cuerdas vocales, y haber permitido que las otras voces en mi cabeza reinarán sobre mis deseos, y con los ojos enjugados en lágrimas, y las manos cubriendo mi cara, me daré cuenta que me perdí en el camino, y sin dudarlo probablemente acabaría con el suplicio de vivir, una rápida y triste muerte, en silencio. Después de mucho tiempo encontrarán que mi cuerpo yace, en el apartamento donde toda la vida viví, y mis ojos aún abiertos fijos en el horizonte, habrán perdido su brillo, y será ahí donde todo por lo que en algún momento luché se haya ido al caño...

Lola

jueves, 4 de julio de 2013

Fragmento de "La Tregua"

«La experiencia me ha enseñado que uno de los métodos más eficaces para derrotar a un rival es el vacilante corazón de una mujer, es elogiar sin restricciones a ese mismo rival, es volverse tan compresivo, tan noble y tolerante, que uno mismo se sienta conmovido. «De veras, todavía le tengo estima, pero estoy segura de que no hubiera podido ser ni medianamente feliz con él.» «Bueno, ¿por qué estás tan segura? ¿No decís que es un buen tipo?» «Claro que es. Pero no alcanza. Ni siquiera puedo achacarle que él sea muy frívolo y yo muy profunda, porque ni yo soy tan profunda como para que me moleste una buena dosis de frivolidad, ni él es tan frívolo como para que no llegue a conmoverlo un sentimiento verdaderamente hondo. Las dificultades eran de otro orden. Creo que el obstáculo más insalvable era que no nos sentíamos capaces de comunicarnos. Él me exasperaba; yo lo exasperaba. Posiblemente me quisiera, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme.» Qué estupendo. Yo tenía que hacer un gran esfuerzo para que la satisfacción no me inflara los carrillos, para poner la cara preocupada de alguien que en verdad lamentara que todo aquello hubiera acabado en una frustración. Hasta tuve fuerzas para abogar por mi enemigo: «¿Y vos pensaste si no tendrías también tu poco de culpa? A lo mejor, él te hería simplemente porque vos estabas siempre esperando que él te hiriese. Vivir eternamente a la defensiva no es, con toda seguridad, el método más eficaz para mejorar la convivencia.» Entonces ella sonrió y sólo dijo: «Contigo no tengo necesidad de vivir a la defensiva. Me siento feliz». Eso ya era superior a mis fuerzas de contención y disimulo. La satisfacción se derramó por todos mis poros, mi sonrisa llegó de oreja a oreja, y ya no me importó dedicarme a arruinar para siempre los prestigios aún sobrevivientes del pobre Enrique, un maravilloso derrotado.»

Mario Benedetti

miércoles, 3 de julio de 2013

Instrucciones para amar a una persona

Pósese justo frente a la persona que se quiere amar. Mírela a los ojos, sonría delicadamente, no exagere. Haga lento el abrir y cerrar de ojos: baje lentamente los párpados, súbalos de igual forma. Así durante todo el procedimiento. Tome lentamente su cara y acérquela a la propia; inmediatamente verá la fusión de labios. Con suavidad, abra la boca y mezcle las lenguas, manteniendo las manos sobre la cara. Luego de algunos segundos sentirá una reacción química que liberará energía calórica, pero no se precipite, prosiga con las instrucciones. Tranquilamente aparte las manos de la cara del ser amado, deslizándolas suavemente por los hombros hacia abajo, hasta llegar a la espalda. Abrazar fuerte. Continúe con los procedimientos anteriores, verá que no experimentará ninguna dificultad para realizar estos pasos al mismo tiempo. Relaje las piernas y los brazos, sosténgase de pie sobre la persona que se quiere amar, verá que es el mejor soporte posible. Apague o disminuya la luz, el ambiente será más tranquilo. Aproxímese a una cama, preferentemente hecha sólo de sábanas. No se preocupe por las almohadas, sus propios torsos cumplirán esa función perfectamente. No se apresure, póngase, despacio, en posición horizontal, guíe al amado a ponerse en la misma posición, de manera que los dos queden acostados y de costado, mirándose una vez más. No deje nunca de abrazar. En silencio, recuéstese sobre el torso ajeno y déjese reposar un buen rato. La oscuridad le dará una sensación muy pacífica de la realidad y limitando la visión y el oído, podrá disfrutar de los sentidos que suelen dejarse relegados: el tacto, el olor, el gusto. Mantenga el abrazo, pero no se quede dormido, el sueño bien podrá experimentarse despierto. Admirar todo lo que guste, deleitarse con las más inocentes excusas, detener el tiempo mientras se ve a la persona amada hacer algo tan simple como hablar, fruncir el ceño o jugar infantil y tiernamente con un peluche. Agregue dulzura a gusto. Añada sonrisas, payasadas y bromas (las lágrimas no hacen mal si están medidas en proporción y están bien batidas con amor), regalos insignificantes como un beso en un momento inesperado o un papel escrito a las apuradas. Pueden ser valorados más que una joya.

Consejo: las caricias y besos extras a lo largo de todo el procedimiento producirá un mejor efecto y mejor resultado. No olvide las miradas.
Secreto: Esta receta es especial para noches de lluvia; el sonido de las gotas rompiendo el silencio conforma una atmósfera imperdible.

Julio Cortázar

Un hombre, su caballo, su perro y el cielo

Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente.
Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba. El sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino, avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada.

-Buen día -dijo el caminante.

-Buen día -respondió el hombre.

-¿Qué lugar es este, tan lindo? -preguntó el caminante.

-Esto es el cielo -fue la respuesta.

-Qué bueno que llegamos al cielo, estamos con mucha sed -dijo el caminante.

-Usted puede entrar a beber agua a voluntad -dijo el guardián, indicándole la fuente.

-Mi caballo y mi perro también están con sed.

-Lo lamento mucho -le dijo el guarda-. Aquí no se permite la entrada de animales.

El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era grande. Mas él no bebería, dejando a sus amigos con sed. De esta manera, prosiguió su camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por un portón viejo semiabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles de ambos lados que le hacían sombra. A la sombra de uno de los árboles, un hombre estaba recostado, con la cabeza cubierta por un sombrero; parecía que dormía...

-Buen día -dijo el caminante.

-Buen día -respondió el hombre.

-Estamos con mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.

-Hay una fuente en aquellas piedras -dijo el hombre indicando el lugar-. Pueden beber a voluntad.