viernes, 26 de abril de 2013

Mi primera vez...

En medio del bullicio de mi mente, un grito desolado se escucha, aquel que acalla a las voces incesantes, es un grito de cansancio, de jubilo, de libertad, de desesperación, de ansias por volar, es la voz de la pequeña niña encerrada en la jaula de la cordura, ésta la encerró, pues sus suspiros enloquecían a todos allí adentro, esta pequeña niña era el amor, con su ternura incierta, con sus garras afiladas, con su poder sobre tanto en ese mundo, pues podía mantenerme feliz, y así todos estaban tranquilos, pero como toda niña era caprichosa, y cuando no conseguía lo que quería, ponía patas arriba mi cabeza, cuando se encaprichaba con alguien, hasta no destruir por completo el lugar no quedaba contenta, por eso mismo, todos acordaron en encerrarla para mantenerla a raya, pues a todos les gustaba la paz, o eso al menos parecía...ella podía hacerlos inmensamente felices, pero cuando la felicidad de ella dependía de otros, a quienes sus sentimientos no se podían controlar, corrían el riesgo de perder la tranquilidad que habían conseguido, por eso, solo por eso, estaban condenados a vivir una monótona existencia, encerrando a la inocente pero poderosa chiquita. 

Todo empezó, con su grito, todo se reflejo en sus ojos, aquellos llenos de lágrimas que ablandaban a cualquiera, ya el corazón estaba haciendo planes para el escape, la cordura se perdía en el mar de pensamientos lógicos, la locura corría por todos lados, el sexto sentido se acunaba en la esquina más oscura, pues sabía lo que se venía, los sentimientos pasaban de depresión a felicidad, y así, todo empezaba a revolcarse, consiguió de una manera u otra salir de la jaula, pero contrario a todo pronóstico de caos brutal, su sonrisa era tan elocuente, era tan transparente, que se notaba en el ambiente la paz de la felicidad alcanzada, se parecía a la cima de un alpe, en silencio, en tranquilidad, con esa sensación de libertad, de poder abrir las alas y lanzarse al abismo, sin pensar en consecuencias, solo el hecho de sentir el viento en la cara y la caída libre en el estomago, eran suficientes para que todos en mi interior se despejaran, dejarán atrás todos los malos recuerdos, y le dieran las riendas sueltas al amor, así por un momento sentir el amor, no como el adulto que se cohíbe por las experiencias, por el miedo, por la razón, o por el presentimiento de las consecuencias venideras, sentirlo desde el corazón de un niño, con la posibilidad de no pensar en un mañana por venir, solo en el actuar actual, en los sueños presentes, en el ahora, y en tomarle de la mano a aquel que con todos sus defectos logro captar la atención de la niña, e invitarlo a armar castillos en la arenera. Con todo esto sentía la necesidad de decir por primera vez “Te amo”.

Lola

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