lunes, 31 de marzo de 2014

One miracle in a rainy afternoon

La llovizna caía, y yo en medio de la calle arrodillada gritando, la lluvia como siempre había cumplido su objetivo pues la ciudad se encontraba desolada. Sólo se escucha el ruido sordo que las gotas generan al caer en el pavimento. Hoy no hay quien me salve del golpe de la vida, no hay quien detenga estas irremediables ganas de lanzarme a un carro, o quizás a un lago. No se quien soy ni a donde voy, de donde vengo es un misterio y mi futuro lo desconozco; no creo llegar más lejos de lo que he logrado. 

El sonido de unas llantas sobre el pavimento irrumpe mi reflexión, y me percato que no he dejado de gritar, sigo tirada en el piso y quizás haya sangre en mi cara. El cerrar de la puerta suena, y escucho a lo lejos unos pasos chapoteando los charcos de la lluvia, acercándose. Se sigue cayendo el cielo, y mientras ese ser se aproxima pienso en si salir corriendo, gritar, patalear, siento la adrenalina correr por mis venas, y la fuerza me domina, o eso creo. Al llevar estos pensamientos, al acto, mi cuerpo no responde, y lo único que se acentúa es el grito ensordecedor que aún domina mi garganta. Unas manos toman mi cara y me quitan el cabello de la cara, en sus ojos percibo el dolor, la lástima, y alcanzo a ver el reflejo de mi mirada, la desesperación me inunda la existencia, pero la tranquilidad que me transmiten esas manos y aquellos ojos grises profundos cierra mi voz, y apaga mi alma por un instante. Instintivamente agacho la mirada, me tapo la cara y dejo de gritar. Sus manos que torpes pero determinadas me levantan de la agonía, me cubren con amor y suavemente se desplaza hacia el vehículo, me introduce en el y de inmediato siento el frío de mis huesos, el contraste de estos con el ambiente cálido del carro; me percato inmediatamente que estoy mojada, que estoy con un extraño, que no se dónde estoy, ni siquiera quien soy.

A la espera ansiosa de quien se irá a subir del otro lado, se abre la puerta y aquel desconocido que se sube, me mira, con una mirada piadosa y lastimera, no me muevo, más el corazón de mi pecho quiere salirse; me mira pidiéndome autorización para moverse, debo estar mirándole muy raro, pero sin pensarlo asiento, sigilosamente me pasa una toalla seguida de una cobija, las tomo con mi manos temblorosas que casi no responden; finalmente que más da, ya he perdido todo, no hay más que perder, y con la poca voz que me queda, le digo en medio de un susurro casi imperceptible, - conduce...

Lola

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