lunes, 24 de febrero de 2014

Sin embargo me muero

De cuando en cuando soy feliz!, 
opiné delante de un sabio 
que me examinó sin pasión 
y me demostró mis errores.

Tal vez no había salvación 
para mis dientes averiados,
uno por uno se extraviaron 
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir 
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario 
estaba lleno de advertencias 
como el hígado tenebroso 
que no me servia de escudo 
o este riñón conspirativo. 
Y con mi próstata melancólica 
y los caprichos de mi uretra 
me conducían sin apuro 
a un analítico final.

Mirando frente a frente al sabio 
sin decidirme a sucumbir 
le mostré que podía ver, 
palpar, oír y padecer 
en otra ocasión favorable. 
Y que me dejara el placer 
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor 
por un mes o por una semana 
o por un penúltimo día.

El hombre sabio y desdeñoso 
me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna 
y decidió orgullosamente 
olvidarse de mi organismo.

Desde entonces no estoy seguro
de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mi cuerpo me aconseja.

Y en esta duda yo no sé
si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles.

Pablo Neruda

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